El gran John Maynard Keynes, publicó en 1930 un ensayo invitando a pensar sobre lo que llamó “Posibilidades Económicas para Nuestros Nietos”. Lo hizo en el contexto de la gran depresión donde la escasez prevalecía y la psicología colectiva estaba contagiada de pesimismo.
Con el ingenio y agudeza, característicos en sus escritos, nos introduce recordando que el desempeño económico de la humanidad del año 1.000 A.C hasta el 1.600 de la era cristiana fue menos que precario. La humanidad vivió en condiciones de subsistencia debido a la parsimonia del progreso que impidió la acumulación de capital. Nos cuenta que el ciclo se rompe en el siglo XV fruto del surgimiento de invenciones e innovaciones las cuales cambiaron la tendencia de acumulación de capital. Desde entonces la humanidad inició una nueva senda transformando las condiciones de vida de la mayoría. Aunque el ensayo se escribe en plena gran depresión, Keynes considera que la coyuntura era sólo una etapa de ajuste y que la humanidad estaba en camino de solucionar lo que el llamó “el problema económico”.
Después, nos transporta 100 años a futuro (2030) elucubrando un mundo que ha multiplicad por ocho su capital de 1930. En ese escenario la obligación de “ganar el pan con el sudor de nuestra frente” se desvanece. Aunque reconoce que las necesidades humanas pueden ser insaciables, estas caben en dos clases: aquellas absolutas que estarán presentes cualquiera las circunstancias, y aquellas necesarias sólo por la satisfacción de hacernos sentir superiores. Las de la segunda clase son posiblemente insaciables. Pero esto no es cierto para las primeras alcanzado cierto punto, punto en el que preferiremos utilizar nuestra energía en propósitos no económicos.
Es posible que nuestra evolución con sus impulsos e instintos se deba principalmente a la necesidad de solucionar “el problema económico”. Si el problema económico se soluciona la humanidad estará despojada de su propósito tradicional.
¿Es esto beneficioso? si uno cree en el valor de la vida humana, potencialmente puede ser muy beneficioso. Sin embargo, Keynes mira con aprehensión, la posibilidad que los hábitos inculcados por generaciones, que son los que dirigen el comportamiento del individuo ordinario, puedan cambiar en el transcurso de unas décadas.
En efecto, por primera vez desde su creación, el hombre encarará el muy real problema de la libertad de las presiones económicas, cómo utilizar el tiempo que la ciencia y el interés compuesto ganaron para él, vivir sabiamente y bien.
Intensos emprendedores cargarán con nosotros al paraíso de la abundancia económica. Pero serán aquellos que mantienen vivo y cultivan hacia una completa perfección el arte de vivir, sin venderse a los medios de la vida, quiénes serán capaces de disfrutar la abundancia cuando llegue.
Sin embargo, no hay nación o país que se me ocurra, capaz de pensar en la era de la abundancia sin preocupación. Hemos sido entrenados por mucho tiempo para esforzarnos sin disfrutar. Es desafío atemorizante, para un individuo ordinario, sin talento especial, ocuparse en algo. A juzgar por el comportamiento y los logros de las clases acomodadas, el pronóstico es deprimente. Ellos están a las puertas de la tierra prometida, espiándola para el resto de nosotros. Mi impresión es que la mayoría de ellos han fallado estrepitosamente.
Tengo confianza que con algo más de tiempo y experiencia la nueva generosidad dada por la naturaleza será utilizada diferente a lo que los ricos hacen en la actualidad, y que tendremos un mapa de nuestra vida bien distinto al de ellos.
Por un tiempo, el viejo Adán en nosotros tendrá influencia al punto que será necesario trabajar en algo para contenerlo. Haremos más cosas que los ricos, sólo para tener ciertas tareas y rutinas. Pero, más allá de esto será dificil encontrar que hacer para satisfacer a ese viejo Adán en nosotros.
Habrá cambios en otras esferas que traerá la nueva realidad. Cuando la acumulación de riqueza pierda importancia en la vida social, habrá un cambio significativo en el código moral. Tendremos que despojarnos de muchos de los principios morales que nos han embrujado por más de doscientos años, en los cuales hemos elevado la más falta de gusto de las cualidades humanas, a la posición de las altas virtudes. Podremos atrevernos a juzgar la motivación del dinero en su verdadero valor. El amor al dinero como posesión -diferenciado del amor al dinero como medio para los disfrutes y realidades de la vida - será reconocido por lo que es, una morbilidad, uno de esos semi-crímenes, semi-patología, que uno entrega al especialista en enfermedades mentales. Las prácticas económicas que afectan la distribución de la riqueza que mantenemos a todo costo, sin importar cuan injustas o desagradables sean, porque son tremendamente eficaces promoviendo la acumulación de capital, seremos libres de deshacernos de ellas.
Veo la posibilidad, por lo tanto, de retornar a algunos de los principios religiosos y la virtud tradicional - que la avaricia es un vicio, la usura un mal comportamiento, y el amor al dinero detestable, que aquellos en el camino de la virtud y la sabiduría piensan poco en el mañana. Es preciso valorar el fin por encima de los medios y preferir lo bueno a lo útil. Debemos honrar aquellos que nos enseñan a vivir el momento y el día virtuosamente y bien, las gentes capaces de disfrutar directamente las cosas, los lirios en el campo que crecen y no trabajan ni hilan.
Pero cuidado, este tiempo no ha llegado todavía, por lo menos no en los próximos cien años, tenemos que pretender todavía que lo feo es justo y lo justo es feo, pues lo feo es útil y lo justo no. La avaricia y la usura deben ser nuestros Dioses por un tiempo más, solo ellas pueden sacarnos del túnel de la necesidad a la luz del día.
Espero con deseo, el día no muy remoto, al gran cambio que habrá ocurrido en el agregado de la vida material de los humanos. Ocurrirá gradualmente no como catástrofe, en efecto, ya ha comenzado. El curso de los acontecimientos mostrará cada vez más gentes para quiénes la necesidad económica será removida. La diferencia crítica se realizará cuando esta condición sea tan general que la naturaleza del deber con uno se mueve hacia el vecino. Pues será económicamente razonable tener propósito económico para otros, si ha cesado el propósito para uno mismo.
El ritmo con el que se alcanzará esta abundancia económica estará gobernado por cuatro cosas: el control poblacional, la determinación para evitar guerras y desórdenes civiles, confiar a la ciencia aquellos asuntos de su resorte, por último, la tasa de acumulación fijada como el margen entre la producción y el consumo, del cual la última cuidará de sí misma si las tres primeras funcionan.
Entretanto, no habrá daño en hacer preparaciones moderadas de nuestro destino, promoviendo e impulsando las artes de la vida así como actividades con propósito.
Pero, muy importante, no permitirnos subestimar la importancia del “problema económico”, o sacrificar a sus supuestas necesidades otras materias de mayor importancia. Si los economistas consiguen mantener su pensamiento con la humildad de un especialista en dentistería, esto será espléndido.